Poseer la llave de un lugar es poder gozar de el a tu antojo. Tener la llave de un misterio es poseer la sabiduría. La llave es por tanto símbolo de poder, de ahí su función de amuleto, cuando dicho objeto se lleva alrededor del cuello o en el bolsillo. Privada de cerradura real, se convierte en un objeto mágico que abre todas las cerraduras metafóricas: una llave maestra a la felicidad.
El símbolo es antiguo: pensamos seguramente en las llaves del paraíso, atributos de San Pedro y, antes de el, del Dios romano Janus, guia de las almas y guardián de las puertas que abren la vía iniciativa. Emblemas de Janus, las dos llaves de oro y de plata se encuentran dentro de los armarios papales. Subsisten algunas verdaderas, que datan de la época romana, que han sido adaptadas a joyas, en especial, a anillos. También en el Corán, la llave "abre todas las puertas de la palabra de Dios". En Japón, es un símbolo de prosperidad porque "llena los arrozales" sinónimo de alimento espiritual. La Llave es el accesorio iniciativo por excelencia. Aparece en numerosos cuentos, a menudo de tres en tres, en diferentes materiales (cuero, plata, oro) representando las sucesivas etapas de la iniciación hasta que el misterio se manifiesta: cofre de joyas, tesoro o pieza prohibida.
A modo de amuleto se prefieren las llaves de hierro forjado, metal protector, ligeramente oxidado. Se guardan en el bolsillo derecho y se suelen tocar sobre todo para evitar el peligro, tener suerte en el juego o ganar un juicio. El niño que duerme con una llave debajo de su almohada esta protegido contra el mal de ojo y si se golpea al coco con dicha llave, recuperara su apariencia humana. Antiguamente los sacerdotes hacían calentar las llaves de su iglesia y luego las aplicaban sobre los hombres y los animales enfermos para curarlos de la rabia. Los dichos de San Huberto y San Tugen, de los cuales se vendían reproducciones, poseían virtudes similares.
Por otra parte, la llave dio lugar, en la Edad Media, a una practica adivinatoria: la cleidomancia. Para conocer el autor de un delito, se colocaba sobre una biblia que sostenía una virgen, una llave que desvelaría el nombre del culpable. Fue una practica corriente en Rusia durante el siglo XIX. En esta época, la llave se beneficio del gran auge de los amuletos, sobre todo en París. Los joyeros proponían todo tipo de formas, en collar, en colgante, en broche, en sortijas. Hoy sigue siendo un objeto muy identificativo, símbolo portátil que se asegura la confortabilidad "de su casa"
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