Si hay un ejemplo entre todos de un objeto que se aleja de su función original para convertirse en amuleto, este es la herradura de caballo.
Colgada en la entrada de las casas, de los establos o de las minas, preferentemente mirando hacia arriba, debajo de las almohadas, tirándolas por encima del hombro derecho al tiempo que se pronuncia un deseo, colgada en el mástil de los barcos, utilizada como pisapapeles en los quioscos, hervida con los clavos a modo de oráculo, fundida o enterrada, representada en las postales o reproducida en miniatura en los broches, pasadores de corbata, los gemelos o las peinetas, se considera un poderoso talismán en Europa, en América del norte y en ciertos países del norte de África. ¿Porque? La respuesta es triple: su materia, su utilizacion y su forma existen por algún motivo.
El hierro por si solo, ya es un metal simbólico: el caballo es también, un animal cargado de sentido. La posibilidad de calzar un hierro incandescente en los cascos de este compañero indispensable sin hacerle sufrir, parecía de estar dotada de un poder mágico que le fue conferida al mismo tiempo al objeto y al herrero, personaje considerado, después de Vulcano, el maestro de los elementos.
Una leyenda del siglo X cuenta que San Dunstan, un herrero que iba a convertirse en arzobispo de Cantebury en 959, habría recibido la visita del diablo. que vino para herrar sus cascos. San Dunstan lo habría encadenado y torturado y dejado en libertad a condición de que nunca entrase en las casas en las que hubiera una herradura de caballo colgada en la puerta de la entrada.
Esta es una de las explicaciones legendarias de esta superstición, pero la forma misma del objeto se considera protectora desde mucho antes de esta época. Evoca la luna creciente tan loada por los egipcios; los cristianos leían en ella la inicial de Cristo.
Desde la antiguedad, el hecho de encontrar de forma casual una herradura de caballo era un signo de buen augurio. ¿Una hipótesis? Recordemos que los propietarios herraban sus caballos no con hierro sino con oro o con plata.
Encontrar una herradura de este metal aseguraba por lo tanto una fortuna muy real. Subsiste la noción muy enraizada de azar: para ser eficaz, una herradura de caballo no debe de forjarse para ser un talismán, sino que ha de encontrarse. Para llegar a ser el propietario afortunado de este amuleto, se ha de empezar por tener la suerte de encontrarla. Entonces el circulo se habrá cerrado.
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