En la caza de brujas, en Gran Bretaña los "punzadores" quienes buscaban las llamadas marcas del diablo en cicatrices o en manchas oscuras de nacimiento. Al descubrir esas señales las pinchaba con una aguja, si no sangraba era una prueba a ojos de las autoridades eclesiásticas de que eran brujas.
Una simple inclinación de la mano solía producir la errónea impresión que la aguja penetraba profundamente en la carne; ese era el truco que empleaban los punzadores para que la presunta bruja no derramara ni una gota de sangre y cobraran por haber desenmascarado a una adoradora del diablo.
Está documentada la confesión de un punzador que a mediados del siglo XVII declaró haber causado la muerte de más de 220 mujeres por el beneficio de 20 chelines "la pieza".
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